El simple placer de mirar

30 octubre 2006


Carta de amor a Wendy Vásquez

Amada Wendy:
Acabo de verte actuar en El Tartufo y debo decirte algo en dos palabras: te amo. Amo tu capacidad de transformación, aunque sigas teniendo esa vocecita ronca de chica de barrio, seductora y cavernosa, que parece esconder una carcajada. Te amo porque me hiciste soportar una obra que, sin ti, hubiera sido no aburrida ni mala pero sí un poquito sosa. Amo verte actuar donde sea, aunque los directores te traten mal (este no es el caso) y aunque peses, creo, apenas menos que yo. Te amo, como ves, con sinceridad brutal y con deseo infantil. Y en esto tiene responsabilidad la mano del director Jorge Guerra.
En El Tartufo (que se presenta en el Centro Cultural de la Universidad Católica) Guerra combina con astucia un texto clásico con una visión perversa del mundo actual, mezclando los personajes de Moliere con imágenes de show porno tecno con un desfile de modas decadente y/o con una irónica recreación de la moda futurista de los 50. Los trajes nos dicen, desde el inicio, que estos personajes son todos superficiales, banales y frívolos, guiados por la presión social más que por una verdad interior, y que su sensualidad es una carga tortuosa más que un ejercicio de libertad y autoestima. Tal vez el único error del vestuarista fue ponerte, amada Wendy, un traje tan parecido a los otros que no se distingue que eres la criada salvo para aquellos seres cultos que han leído la obra y saben que Dorina es la sirvienta típica de las comedias de este genio francés, seres cultos que, como es obvio, no viven en Lima. Pero tú, con tu capacidad expresiva, igual hubieras compuesto una criada divertida y excitante aunque te hubieran vestido con los papelitos que separan las lonjas del queso Laive.
A tu lado brillan la magistral Ana Cecilia Natteri, la sorprendente Alejandra Guerra y esa clown maravillosa que es Giselle Ponce de León, pero me cuesta decir que las amo a todas porque tú, mi estelar Wendy, te luces con ese ritmo actoral, esa presencia avasalladora y ese maquillaje glam que combina tan bien con tus medias blancas, de las cuales vi hasta la etiqueta. Ningún detalle te falla, Wendy, aunque a Bruno Odar le fallan muchos, ¿te has dado cuenta? En verdad, falla su Tartufo: querer darle misterio o dualidad es tan absurdo como querer que El Avaro sea generoso o El Enfermo Imaginario esté realmente enfermo. Tartufo es un estafador y punto, imponerle otros matices es contradecir a Moliere, quien creaba personajes sin dobleces llevando al extremo los defectos humanos: la avaricia, la hipocondría, la presunción, etc.
Tal vez Guerra marcó así a Odar y lo despojó de lo políticamente incorrecto, con lo cual desdibujó su montaje que tan bien venía. Es que la puesta exhibe cierta hipocresía tartufiana frente a su principal auspiciador: la iglesia. En una obra que fustiga a chupacirios y católicos de doble moral, Guerra declara la Paz y escamotea la sorna contra el clero para no arriesgar el puesto, sin considerar que Moliere se la jugó peor y que ya el mismo Papa había sido representado en esa sala, como un torturador, por Luis Peirano.
Qué larga me resulta esta carta, Wendy, larga pero gratificante y necesaria. Como la trayectoria de Guerra. Como tu talento. Como el amor.
Hasta la próxima.

Tu Peter Pan.

19 octubre 2006


Antígona de las Galaxias

Carta a mi amiga estudiante de actuación

Estimada Mariella:

Como siempre te digo que ver teatro es el mejor modo de aprender, sobre todo si vamos a escribir o a actuar, pues hice lo mismo para que sigas mi ejemplo, y fui a ver “Antígona” dirigida por Roberto Angeles y protagonizada por Fiorella de Ferrari. Lo primero que voy a decirte es que Fiorella no está mal, contra todos los pronósticos de sus mil detractoras que muertas de envidia la comparaban maliciosamente con Teresa Ralli y la descalificaban aún antes de verla. O sea que tu maldad no podrá cebarse en ella, je je.
Pero valgan verdades, Mariella, lo que está mal es la puesta. Roberto Angeles ha amontonado textos de diversos autores para tratar de esconder... que no tiene nada que decir. Su puesta tiene como único norte el tremendismo, la espectacularidad “gringa” y el heroísmo de telenovela mexicana. El vacío intelectual de Angeles pierde por goleada en comparación con la riqueza conceptual de Miguel Rubio, el director de esa otra Antígona que le gusta a los jóvenes tanto como a los viejos. Mientras el tío Miguel proyecta su puesta al contexto peruano para condenarlo, el tío Roberto se escapa de interactuar con la realidad nacional y más bien mira hacia mil escenarios diferentes, escapistas, “fashion”. (Nuestro amigazo Eduardo, el mordaz, nos diría que mientras Miguel Rubio mira los noticiarios Roberto Angeles ve Disney Channel, y tendría razón, pues esta Antígona del Teatro Británico es una mazamorra de referencias culturales mal pegadas, un cruce mutante que ni siquiera emociona, aunque sí, a veces da risa).
Y eso es verdad, puedes divertirte mucho pensando con esta puesta. Por ejemplo: ¿qué sale si juntas un Noé de película de semana santa con Obi Wan Kenobi? Sale Carlos Tuccio haciendo su Corifeo obvio y redundante. ¿Y si cruzas El Rey León, el musical de tu Colegio San Silvestre y la tragedia griega? Sale el coro aflautado que componen tres chicos con menos hormonas que un pollo. La Princesa Amidala – perdón, Ismena – la hace Sofía Rocha, a la que no le haré roche. Gonzalo Molina aparece as himself, siempre ronco y haciendo de él mismo aunque su personaje aquí dicen que se llama Polínice. Alfredo Santiesteban es Creonte, aunque con un abanico grande parecería un miembro jubilado del grupo Locomía, ese que ciertos amigos imitaban de chibolos, jaaaaa.
No sigo porque ya estoy sacando cachita, como Eduardo, y no pues. Pero es que amo el teatro, LO AMO, porque me da ideas grandes y emociones intensas. Pero a esta puesta le faltan ideas y no emociona nada, de repente por eso me burlo, para que aunque sea me haga reír. Porque en las puestas sin emoción todos reaccionamos con indignación, sorna o desprecio, esos sentimientos que los espectadores creamos porque el director no los pudo generar.
Tienes que ver Antígona pero para aprender, no del texto porque es una sopa de letras, sino de los errores de R.A. Provecho.

Mariano

(P.D. de Eduardo: “de repente Roberto Angeles es el nuevo Polínice del teatro peruano”)
(P.D. mía: leíste al ignorante que escribe crítica en El Comercio poniendo “Polinices” en vez de “Polinice”? Y a la puesta con 14 actores la llama minimalista. La ignorancia es atrevida diría mi nona. Resobón!)